Que no roben la esperanza
Por Federico Wals
La visita de Francisco a México dejó en evidencia la disociación que todavía existe en muchas lugares del mun- do entre la gente (“El santo pueblo fiel de Dios” como él suele llamarlo) y la Iglesia del lugar, representada por el sa- cerdote o el obispo. Con un discurso claramente aleccio- nador y gestos más que sig- ni cativos, el obispo de Roma no dejó pasar la oportunidad de mostrarse cercano a po- bres y excluidos, sufrientes y desamparados, dándoles el abrazo y la bendición que tanto esperaron frente a una jerarquía eclesiástica acusada de estar junto a los poderosos y corruptos. Como nunca an- tes en una visita papal, eligió visitar las periferias del país azteca para llevar un mensaje claro: no hay que dejarse robar la esperanza. Desde la dolo- rosa pobreza y el olvido de los indígenas de Chiapas, pasan- do por guerra del narcotrá co que hace estragos en Morelia hasta el desprecio por la vida que se vive en Ciudad Juárez, a todos Francisco les llevó el mismo aliento: la vida merece ser vivida y hay que jugarse por ella. Aunque cambie la geo- grafía de los viajes, el desafío es el mismo: que así como él se acerca y hace propias alegrías y tristezas de quien tiene cerca, nosotros también debemos tener la valentía de acercarnos y dejarnos interpe- lar por las alegrías y tristezas de quien está próximo (prójimo).